domingo, 24 de noviembre de 2013

Él se levanto por la mañana sin hambre, listo para ir a esa prisión donde le inculcaron enseñanzas únicas. Y en ese momento recordó que perdidas la fe, las ganas de seguir, no hay razón para seguir existiendo. Pero siempre estaba ahí esa tal cobardía que le impedía acabar con su vida, y eso le hacía sentir inútil. Nunca le importaron sus amigos, solo estaba con ellos para pasar el rato y regresar, tal vez, con una sonrisa a su casa. Aquel día fue común y corriente, no tan diferente de otros. Pero llegada la hora de salir de aquella prisión, se juntó con esos compañeros para pasar el rato, y la vio. De pronto la vio con aquella sonrisa única. Esos mechones de cabello brillando a la luz del sol, al compás del viento. Ya la conocía. Pero esa vez fue diferente. Decidió que su nuevo punto de partida sería ese. Mejor dicho, ella. Pasaron los días. Cada vez que salían, la miraba. Aquellos ojos encerraban su infierno, cielo y paraíso. Por supuesto, hablarle, mirarla, sentir que está a tu lado y quererla amarla cada día de tu vida, solo era su pensamiento. Ese frío, efímero y duro corazón, se ablandó por esos instantes en los que estaba con ella. Era feliz; aunque decidía esconder sus sentimientos lo más que podía. Pero estos son traicioneros, y se hacían más grandes con el pasar del tiempo. Por momentos, ella valía más que su vida.. Pero ahora, eran solo recuerdos, ya que ese sentimiento se fue apagando. Su corazón se volvió duro, frío y efímero de nuevo con el paso del tiempo debido a los problemas. Pero él siempre recordó esa larga historia en tan corto tiempo.


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